Todo está permitido en el juego. En él acontecen todos los vicios de nuestros padres. El monstruo al que tememos y del cual nos ocultamos en un laberinto de casas abandonadas, reside en nosotros


Eventualmente este mundo llegará a su fin. Determinamos la fecha a partir de un sueño profético de mi madre, en el cual caían papeles envueltos en llamas desde el cielo. Mi hermano escribió la cifra en una hoja y la pegamos al reverso de una gran fotografía enmarcada (la única de la casa). Fuimos cómplices los tres. Pero ¿Cómo será el fin? ¿Se desprenderán todas las estrellas del cielo y se estrellarán contra la tierra? ¿Un gran planeta colisionará con el nuestro? ¿Es verdad que tardaríamos exactamente ocho minutos en darnos cuenta que el sol ha dejado de iluminar? No me importaría desaparecer, pero la sola idea de que otros mueran ¡No me deja dormir! y no dormí durante tantos años. Nosotros habíamos fijado la fecha del fin, y me sentí tan culpable.

¿Cuál era mi temor? La muerte de mis seres queridos, tal vez, o el temor a ser la única sobreviviente. Pero en el fondo, muy en el fondo, deseaba que todo esto se acabara de una vez. Deseaba ser la primera en recibir el impacto de la estrella que no me dejaba dormir. Pero ¿A dónde iría? Si el cielo es negado a los niños no bautizados y a los suicidas. 

Mientras la visión de un lugar desolado me acosaba en las pesadillas inducidas de los sedantes, mi abuelo vislumbró el cielo en la camilla de un hospital.

Era sencillo llegar a él. Bastaba amarrarse a una soga, trepar al techo, y abrirse paso entre el macizo y el zinc. De este modo alcanzó el otro cielo, ¡y nos salvó a todos de una muerte inevitable! 

¿A dónde iría?

 

De pronto el mundo

Se volvió

tan brillante

pero la luz

no lograba cegarme.

Sólo iluminaba el camino

hacia la cama

donde, finalmente

pude dormir

 

 

 


 

La obra tiene un orden particular determinado por el relato que, en este caso, es cronológico. Las láminas representan diferentes estadios de la historia personal.

 

El fuego fragmenta la memoria. Una fruta podrida pudre las frutas que la rodean. Los brazos, con sus cicatrices, exigen una presencia que siempre estuvo ausente. La bestia herida es la única compañía en las noches interminables del insomnio. Finalmente: la luz. Eventualmente, todos alcanzamos nuestro propio cielo.